ALDEA
Las esquilas reúnen la
tristeza dispersa de los crepúsculos. El cielo está vacío.
Lápida de un silencio serio sobre el nihilismo ecuánime de la
jornada.
Las fluviales lenguas frescas del viento lamen mis manos y
mejillas.
En la barbería el reloj —sexagenario sistemático— sigue
jugando al solitario con los minutos.
Ante la hipnosis rectilínea del caserío y curvilínea del
camino y los montes, Sureda y yo somos las dos pirámides del pueblo.
Culminantes sobre la democracia geométrica y encarrilada.
Apoyadas en la baranda nuestras manos tocan el piano de
colores del paisaje.
En la caja del piano está enterrado Wagner. A veces se
despierta y canta en la tumba. En la caja del cráneo saltan entonces crímenes
crucifixiones golpes de estado pronunciamientos piras fornicios y pluralizados
suicidios.
Hasta que nos estruja un flaco silencio sin entorchados ni
estandartes.
Los acordes histrionizan las acumuladas angustias.
El aqueducto tiende su espinazo polvoriento de sol.
El trasnochador dejó dos palanganas llenas de sueño.
Los badajos ultiman otra jornada.
Los párpados picotean la madeja de viento y polvo.
El Sol que talaron los leñadores rueda a ras de los campos.
Las noches náufragas han tapado el aljibe.
Aguijoneando nuestro insomnio vuelan aureolas de nerviosos
insectos.
Los árboles donde se diluye la fiebre del farol son árboles
de teatro.
Durante la misa un perro menea la cola.
Incensario cuyo optimismo biológico asciende —único— a esa
altitud azul donde reposa Dios
y cantan los pajaritos.
JORGE- LUIS BORGES
Revista Ultra, Año I, Número 2, Madrid febrero 1921
“Durante años y años Borges estuvo presente como un alto
pino o un rosal cubierto de nieve / cuyo interior fuera un fuego impasible, una
llama cristalizada,/ un vértigo nacido de la indescifrable condición del
universo.”, expresaba Enrique Molina en la primera parte de su
poema Borges y reflejaba el sentimiento de muchos de los que seguimos leyendo a Borges.
Este poema lo escribió Borges cuando residía en Mallorca
y colaboraba con algunas frases en la novela "El caudillo",
que estaba escribiendo su padre. Por esos años rompe "Psalmos
rojos o Ritmos rojos” (colección de poemas -unos veinte en total- en
verso libre y en homenaje a la revolución rusa (1918 y 1919).
De regreso a Buenos Aires, además de escribir poemas ultraístas, firma su manifiesto, teoriza en artículos
vehementes y junto a González Lanuza y Francisco Pinero, armados de tarros de
goma y de brochas que aportaba su madre, caminaba a lo largo de millas pegando
en las calles Santa Fé, Callao, Entre Ríos y México, éste y otros poemas impresos en la hoja mural de "Prisma", según lo cuenta Emir Monegal,
en su voluminosa biografía: Jorge Luis Borges, "A literary
biography" (1987); aunque pronto abandonará el ultraísmo, considerando
que éste había incurrido "en otra objetable retórica".
ALDEA
Las esquilas reúnen la tristeza dispersa de los crepúsculos. El cielo está vacío.
Lápida de un silencio serio sobre el nihilismo ecuánime de la jornada.
Las fluviales lenguas frescas del viento lamen mis manos y mejillas.
En la barbería el reloj —sexagenario sistemático— sigue jugando al solitario con los minutos.
Ante la hipnosis rectilínea del caserío y curvilínea del camino y los montes, Sureda y yo somos las dos pirámides del pueblo. Culminantes sobre la democracia geométrica y encarrilada.
Apoyadas en la baranda nuestras manos tocan el piano de colores del paisaje.
En la caja del piano está enterrado Wagner. A veces se despierta y canta en la tumba. En la caja del cráneo saltan entonces crímenes crucifixiones golpes de estado pronunciamientos piras fornicios y pluralizados suicidios.
Hasta que nos estruja un flaco silencio sin entorchados ni estandartes.
Los acordes histrionizan las acumuladas angustias.
El aqueducto tiende su espinazo polvoriento de sol.
El trasnochador dejó dos palanganas llenas de sueño.
Los badajos ultiman otra jornada.
Los párpados picotean la madeja de viento y polvo.
El Sol que talaron los leñadores rueda a ras de los campos.
Las noches náufragas han tapado el aljibe.
Aguijoneando nuestro insomnio vuelan aureolas de nerviosos insectos.
Los árboles donde se diluye la fiebre del farol son árboles de teatro.
Durante la misa un perro menea la cola.
Incensario cuyo optimismo biológico asciende —único— a esa altitud azul donde reposa Dios
y cantan los pajaritos.
JORGE- LUIS BORGES
Revista Ultra, Año I, Número 2, Madrid febrero 1921
“Durante años y años Borges estuvo presente como un alto
pino o un rosal cubierto de nieve / cuyo interior fuera un fuego impasible, una
llama cristalizada,/ un vértigo nacido de la indescifrable condición del
universo.”, expresaba Enrique Molina en la primera parte de su
poema Borges y reflejaba el sentimiento de muchos de los que seguimos leyendo a Borges.
Este poema lo escribió Borges cuando residía en Mallorca
y colaboraba con algunas frases en la novela "El caudillo",
que estaba escribiendo su padre. Por esos años rompe "Psalmos
rojos o Ritmos rojos” (colección de poemas -unos veinte en total- en
verso libre y en homenaje a la revolución rusa (1918 y 1919).
De regreso a Buenos Aires, además de escribir poemas ultraístas, firma su manifiesto, teoriza en artículos
vehementes y junto a González Lanuza y Francisco Pinero, armados de tarros de
goma y de brochas que aportaba su madre, caminaba a lo largo de millas pegando
en las calles Santa Fé, Callao, Entre Ríos y México, éste y otros poemas impresos en la hoja mural de "Prisma", según lo cuenta Emir Monegal,
en su voluminosa biografía: Jorge Luis Borges, "A literary
biography" (1987); aunque pronto abandonará el ultraísmo, considerando
que éste había incurrido "en otra objetable retórica".