Un día como hoy, 8 de septiembre de 1645, dejaba este plano el gran poeta del Siglo de Oro español, Francisco de Quevedo. Su genio literario y su vida tumultuosa, marcada por las intrigas políticas, el destierro y la prisión, lo convirtieron en una figura legendaria en la historia de la literatura.
Maestro del Conceptismo, estilo que primaba la agudeza y el ingenio del pensamiento, Quevedo forjó una obra tan vasta como compleja, que abarcó desde los más elevados poemas metafísicos y morales hasta la más mordaz sátira social. Su pluma, afilada e implacable, no dejó títere con cabeza en la España de su tiempo.
Su mordacidad y su famosa disputa con Luis de Góngora, máximo exponente del Culteranismo, más allá de la discrepancia de estilos literarios, lo llevaron a escribir su famoso soneto satírico:
A una nariz
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una alquitara medio viva,
érase un peje espada mal barbado;
era un reloj de sol mal encarado.
érase un elefante boca arriba,
érase una nariz sayón y escriba,
un Ovidio Nasón mal narigado.
Érase el espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
los doce tribus de narices era;
érase un naricísimo infinito,
frisón archinariz, caratulera,
sabañón garrafal, morado y frito.
