"La palabra, fogonazo entre el deslumbramiento y el hartazgo"


                                                                       

OJOS DE LA PALABRA
                                      
A Octavio Pineda

La palabra,
fogonazo entre el deslumbramiento y el hartazgo,
viaja sobre los hombros del enigma.
¿No quiere ver? (Ve sin querer): estrellas que atraviesan usinas de ceguera, correntadas de nadie.
Es iguana en la roca calcinada, una pata en el aire, la otra
en el infierno.
Su cuerpo breve da una sombra inmensa.

Quieta no se está nunca por el fuego cruzado de la sangre.
Un chasquido de lengua la echa a andar por baldíos
donde lo ruin humea y pudre el aire.
A horcajadas, con los ojos vendados. No quiere ver.
(¿Ve sin querer?): bolsas de estiba, dientes de nicotina,
y un corazón sin aparente anhelo que acampa en el vacío.

Esa palabra lleva en su aliento un viaje, un detenerse,
un continuar.
Sus patas diminutas lo tocan todo por primera vez.




LLUVIA NEGRA


Brutal es el insomnio de la máquina,
su noche al rojo blanco,
la lluvia atronadora de viruta negra.

En el aserrín de los grandes talleres
olfatea vagones del sueño y escucha las botas contra el piso:
un desfile incesante de soldados de plomo.

Pero unos y otros equivocan el rumbo,
los soldados se funden, el tren se desbarata.

Brutal es el desvelo de la máquina.
La gran lámpara roja oscila en los galpones de escoria
y estropajo,
donde vela por siempre su fulgor sumergido.

Fondeados en los tinglados que la noche agranda,
los ojos helados de la máquina cuentan sus monedas de polvo,
sus ovejas de fierro, sus rebaños de nada.



Manjares


"Los hombres que cocinan", dice el profesor Tauro,
no en las enciclopedias. En la calle,
a quien quiera escucharlo: fritangas de coraje, vino
espeso, chocolate de perlas.

Sentado en una mesa del bar El Lobo Púrpura, cerca
del Puente Negro, desliza pensativo
mole de guajolote, tamales de paciencia.
Y tiende en el suspenso un mantelito a cuadros.
Perdices estofadas en globos historieta.
Se le hace agua a la boca.

¿La obseción de su vida? Una bestia emplumada.
¿La niña de sus ojos? El jabalí adobado.
Gentilhombre. En la calle da el verbo "aderezar".
Donde ayer hubo piedras, confitura de arándano.
Salpicón de cordero donde ayer hubo frío.
Donde una vez el odio, se levanta un asado.

Frutas cristalizadas bajo lámparas suaves
y al que quiera escucharlo: carnero a la jalea,
vinagreta, uvas negras.
Te encomiendo mi alma: lechoncillo, jengibre.
Se relame (osobuco), se le hace agua (salsita).
Grandes papas doradas como besos,
faisanes gratinados, caldereta, potajes.

Caviar del pensamiento y motivos de árbol de ají.
"Los hombres que cocinan,
encontraron el modo de evitar el suicidio."


REPTIL MAGAZINE

Es inútil,
jamás entenderías a este corazón de dinosaurio
porque has sido educada para el corazón de
otras especies,
animales domésticos,
cuya pelambre con aroma de cedro y azucena
es más que necesario en estas épocas,
gallináceas de fastuosa cola
plumaje verde con visos azules y dorados.

Un dinosaurio nunca ha sido ascendido en su trabajo
ni ha sido condecorado nunca,
ni siquiera ha protagonizado un film de amor,
más bien resulta incómodo su abrazo,
ilegible su letra,
incomprensible su cuota de alcohol diaria
y lo que es más,
esta piel cuaternaria no comprendería nunca
las complicidades y pactos de hoy en día:
mente ágil,
disciplina,
popularum-progressio.

Yo sé bien que es inútil,
quizás en otros días,
después del maremoto anunciado por los sabios
ilustres,
antes del gran diluvio,
alguna vez,
quién sabe.
Pero ahora es inútil,
porque has sido educada para otros menesteres.
Nunca el insomnio
cabalgando en esta música de besos,
encuentros insolentes,
el deseo de pastar en los campos prohibidos
y la entrega total,
de cabo a rabo.

Ahora,
recoge con cuidado tus manecillas suaves y tus
labios ociosos,
tu cabello de seda y esa voz aflautada que entre sorbos
de té solía decir: "mañana será otro día" .
Ha de haber sido horrible
haberte visto emvuelta de pronto en este embrollo.
Tamaño lío
haberte enamorado por un instante de este corazón
de dinosaurio.
Además,
nunca hubieras podido dormir con mis latidos
como de clavicordio y de tormenta.
Con estos ojos tristes, quién hubiera podido,
mi pequeña.


HABLAN LOS OJOS DE NAZIM HIKMET

Sobre mi mano,
la mitad de una manzana brilla.
La otra mitad está sobre una mesa a miles de
kilómetros de aquí.
Es imposible morder esta mitad
sin que duela el vacío.


EL PELUQUERO


Asentaba navajas en un listón de cuero,
porque era su trabajo arrancarle a los rostros
sus animales muertos.
Hacia barba y bigote para el espejo atestado de gente.
Su navaja pulía aquella superficie, rasuraba los rostros
del espejo y haciendo su trabajo,
¿afeitaba el espejo?

Era más chico que un tarro de gomina Brancato
mi abuelo,
pero una cabeza más alto que la muerte.
Invitaba al cliente sacudiendo una toalla
y el cliente ocupaba aquel sillón Dosetti de
madera y entraba en el espejo.
El estilista hablaba solamente con su tijera
y cuando ella por fin tenía la lengua desgajada
hacia un lado, el decía: "servido".
Mi abuelo maquillaba al espejo con estrellas
de talco y usaba un pulcro saco blanco.
La muerte -que es prolija- le envidiaba su colección
de peines.
Un día la muerte que hojeaba una revista deportiva,
dijo: "me toca a mí",
y ocupó aquel sillón, despatarrada y con un remolino en la cabeza;
Tiene un pelo difícil", dijo sin voz mi abuelo.
Después, la muerte asentó su navaja y haciendo su trabajo,
¿rasuraba el espejo?.
El peluquero se marchó bajo un cielo cualquiera
con estrellas de talco.
El espejo se pasó la mano por la cara afeitada,
suave, como un recién nacido.

Jorge Boccanera (Buenos Aires, 1952).

Maestro de poetas

Integra la constelación de las voces mayores de la tradición poética latinoamericana. Su temprano exilio y sus innumerables viajes por México, Guatemala, Nicaragua y sobre todo Costa Rica, donde vivió ocho años, le dieron el marco a su obra "Palma Real", merecedora del premio Casa de América de España 2008.
A propósito de su residencia en México dice Margarito Cuellar en la revista La otra, en ocasión de haber recibido el Premio López Velarde del Festival Internacional de Poesía de Zacatecas 2012, "México no fue un exilio para nuestro poeta sino una extensión de su patria, que ya no lo dejará ir, sus versos suenan cada vez más fuertes en nuestras calles".
"Cada palabra, antes que la escriba, mira a su alrededor" decía Kafka, y esto es exactamente lo que ocurre en la poesía de Jorge Boccanera. Hay diversos estudios realizados sobre su poesía pero que mejor que quedarnos con su propia reflexión: “Te diría que la poesía se construye tallando un gran roca de silencio”.

Libros publicados: Los espantapájaros suicidas (1973), Noticias de una mujer cualquiera (1976), Contraseña (1976), Música de fagot y piernas de Victoria, (1979), Poemas del tamaño de una naranja (1979), Los ojos del pájaro quemado (1980), Polvo para morder (1986), Sordomuda (1990), Bestias en un hotel de paso (2002) y Palma real (2008). 

Sus poemas fueron reunidos en las compilaciones personales: Marimba (1986), Antología poética (1996), Zona de tolerancia (1998), Antología personal (2001), Poemas (2002, Servicios de insomnio (2005), Tambor de jadeo (2008) Sombra de dos lugares (2009) y Cuaderno del errante (2009). En 2007 apareció en México el CD Jadeo del viaje, con una selección de poemas en su voz.

Premios: Casa de las Américas (Cuba, 1976), Nacional de Poesía Joven (México, 1977), TEA de Periodismo (Argentina, 2007), Internacional de Poesía “Camaiore” (Italia, 2008), Casa de América (España, 2008), “Premio Internacional de Poesía Ramón López Velarde” (2012), otorgado en México por la Universidad Autónoma del Estado de Zacatecas y el Festival Internacional de Poesía.

Desde el 2004 dirige la cátedra de Cátedra de Poesía Latinoamericana de la Universidad Nacional de San Martín.

OLGA OROZCO, PARA UN BALANCE...

Para un balance

Puse a prueba mil veces mi cabeza
forzándola hasta el cuello en las junturas donde se acaba el universo
o echándola a rodar hasta el vértigo azul por el interminable baldío de los cielos.
Impensables los límites; impensable también la ilimitada inmensidad.
Mi cabeza era entonces un naufragio dentro de la burbuja de la fiebre,
un trofeo de Dios sobre la empalizada del destierro,
un hirviente Arcimboldo en la pica erigida entre mis propios huesos;
y sin embargo urdía pasadizos secretos hacia las torres de la salvación.
La volví del revés, la puse a evaporar al sol de la inclemencia,
hasta que se fundió en la menuda sal de la memoria que es apenas la borra del olvido.
Pero cada región en blanco era un oleaje más hacia las tierras prometidas.
La arranqué de la luz sólo para sumirla en extravío en las trampas del tiempo,
sólo para probarle las formas de la noche y el pensamiento de la disolución
como un ácido ambiguo que preservara intacta la agonía.
Ha triunfado otra vez contra hierros y piedras, derrumbes y vacíos.
¿Y acaso no he probado,
bajo ruedas y ruedas de visiones en llamas que avasallan sin tregua mi lugar,
que aun con el infierno se acrecen los dominios de esta exigua cabeza?
Jugué mi corazón a la tormenta,
a un remolino de alas insaciables que llegaban más lejos que todas las fronteras.
Contra la dicha de ojos estancados donde se ahoga el sueño,
contra desmayos y capitulaciones, lo jugué hasta el final de la intemperie
a continuo esplendor, a continuo puñal, a pura pérdida.
Lo estrujaron entre dos trapos negros, entre cristales rotos,
igual que a una reliquia cuyo culto exaltara sólo la transgresión y el sacrilegio;
lo desgarró el arcángel de cada paraíso prometido, con su corte de perros;
la noche del verdugo lo clavó lado a lado en el cadalso de los desencuentros;
lo escarbaron después con agujas de hielo, con cucharas hambrientas,
y hallaron en el fondo un pequeño amuleto:
una gota de azogue que libra a quien se mira de la expiación y de la muerte.
He convertido así rostros oscuros en estrellas fijas,
depósitos de polvo en sitios encandilados como joyas en medio del desierto.
Pueden testimoniar aquellos a los que amé y me amaron hacia el fin del mundo
-un mundo que no termina ni aun bajo los tajos de los adioses a mansalva-.
¿Y dónde estará entonces la derrota de un corazón en ascuas,
alerta para el amor de cada día, indemne como el Fénix de la desmesura?
Aposté mi destino en cada encrucijada del azar al misterio mayor,
a esa carta secreta que rozaba los pies de las altas aventuras en el portal de la leyenda.
Para llegar allí había que pasar por el fondo del alma;
había que internarse por pantanos en los que chapotean la muerte y la locura,
por espejismos ávidos como catacumbas y túneles abiertos a la cerrazón;
había que trasponer fisuras como heridas que a veces comunican con la eternidad.
No preservé mi casa ni mis ropas ni mi piel ni mis ojos.
Los expuse a la sanción feroz de los guardianes en los lindes del mundo,
a cambio de aquel paso más allá en los abismos del amor,
de un eco de palabras sólo reconocibles en el abecedario de los sueños
de una inmersión a medias en las aguas heladas que roen el umbral de la otra orilla.
Si ahora miro hacia atrás,
veo que mis pisadas no dejaron huellas fosforescentes en la arena.
Mi recorrido es una ráfaga gris en los desvanes de la niebla,
apenas un reguero de sal bajo la lluvia, un vuelo entre bandadas extranjeras.
Pero aún estoy aquí, sosteniendo mi apuesta,
siempre a todo o a nada, siempre como si fuera el penúltimo día de los siglos.
Tal vez haya ganado por la medida de la luz que te alumbra,
por la fuerza voraz con que me absorbe a veces un reino nunca visto y ya vivido,
por la señal de gracia incomparable que transforma en milagro cada posible pérdida.



El jardín de las delicias

¿Acaso es nada más que una zona de abismos y volcanes en
plena ebullición, predestinada a ciegas para las ceremonias de la
especie en esta inexplicable travesía hacia abajo? ¿O tal vez un
atajo, una emboscada oscura donde el demonio aspira la inocencia
y sella a sangre y fuego su condena en la estirpe del alma?¿ O tan
sólo quizás una región marcada como un cruce de encuentro
y desencuentro entre dos cuerpos sumisos como soles?
No. Ni vivero de la Perpetuación, ni fragua del pecado original,
ni trampa del instinto, por más que un solo viento exasperado
propague a la vez el humo, la combustión y la ceniza. Ni siquiera
un lugar, aunque se precipite el firmamento y haya un cielo que
huye, innumerable, como todo instantáneo paraíso.

A solas, sólo un número insensato, un pliegue en las membranas
de la ausencia, un relámpago sepultado en un jardín.

Pero basta el deseo, el sobresalto del amor, la sirena del
viaje, y entonces es más bien un nudo tenso en torno al haz de
todos los sentidos y sus múltiples ramas ramificadas hasta el
árbol de la primera tentación, hasta el jardín de las delicias y
sus secretas ciencias de extravío que se expanden de pronto
de la cabeza hasta los pies igual que una sonrisa, lo mismo
que una red de ansiosos filamentos arrancados al rayo, la
corriente erizada reptando en busca del exterminio 0 la salida,
escurriéndose adentro, arrastrada por esos sortilegios que son
como tentáculos de mar y arrebatan con vértigo indecible
hasta el fondo del tacto, hasta el centro sin fin que se desfonda
cayendo hacia lo alto, mientras pasa y traspasa esa orgánica
noche interrogante de crestas y de hocicos y bocinas, con
jadeo de bestia fugitiva, con su flanco azuzado por el látigo
del horizonte inalcanzable, con sus ojos abiertos al misterio
de la doble tiniebla, derribando con cada sacudida la nebulosa
maquinaria del planeta, poniendo en suspensión corolas como
labios, esferas como frutos palpitantes, burbujas donde late la
espuma de otro mundo, constelaciones extraídas vivas de su
prado natal, un éxodo de galaxias semejantes a plumas girando
locamente en el gran aluvión, en ese torbellino atronador que
ya se precipita por el embudo de la muerte con todo el universo
en expansión, con todo el universo en contracción para el parto
del cielo, y hace estallar de pronto la redoma y dispersa en la
sangre la creación.

El sexo, sí,
más bien una medida:

la mitad del deseo, que es apenas la mitad del amor.


Olga Orozco, (1929-1999).

"Hechizera de la memoria" la llamó Jorge Boccanera; y definió su poesía "como un extenso collar de preguntas; al frotarlo aparece un relato, es siempre el mismo y es distinto: una niña despierta en medio de una cacería, corre tanteando las ruinas de otro sueño, una sombra le pisa los talones, debe atravesar una puerta, un muro, encontrar un talismán, una clave. Todo es imposible, pero en medio de la búsqueda se escribe el poema; surge a modo de conjuro".
Maria Rosa Lojo en el prólogo de "Repeticion del sueño", Grandes Poetas, escribió: "Olga Orozco es hoy quizá la voz poética argentina que reúne con mayor plenitud tres condiciones no siempre concurrentes: inconfundible originalidad, ímpetu arrasador y perfección verbal".

Esta inmensa poeta, escritora, periodista colaboró en las revistas: Canto, A partir de cero, Sur, Cabalgata, Anales de Buenos Aires, entre otras.
Su obra ha sido traducida a varios idiomas y ha interesado a críticos y estudiosos tanto en la Argentina como en el exterior. Recientemente, ha sido publicada Su Poesía Completa que incluye un libro póstumo con prólogo de Tamara Tamenszain.

Obra poética:  Desde lejos (1946), Las muertes (1952), Los juegos peligrosos (1962), Museo salvaje (1974), Veintinueve poemas (1975), Cantos a Berenice (1977), Mutaciones de la realidad (1979), La noche a la deriva (1984), En el revés del cielo (1987) y Con esta boca, en este mundo (1984).

Distinciones: «Primer Premio Municipal de Poesía»,  «Premio de Honor de la Fundación Argentina» 1971, «Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes», «Premio Esteban Echeverría», «Gran Premio de Honor» de la SADE, «Premio Nacional de Teatro a Pieza Inédita» en 1972, «Premio Nacional de Poesía» en 1988, «Láurea de Poesía de la Universidad de Turín», «Premio Gabriela Mistral»  otorgado por la OEA, «Premio de Literatura Latinoamericana Juan
Rulfo» 1998.

Párrafos de aire - Primera antología del poema en prosa colombiano



Poema XXIV

A medida que se va alejando, desposeyéndose de mentidos afeites que le pintara el artífice iluso, descarnándose de maliciosos arrequives, desvaneciéndosele el aura irreal de prestigios cordiales y espirituales con que la dotó la ánima rendida a su sortilegio, fugándosele músicas y aromos y el hálito imaginario (mas no ante mis sentidos embelesados de ese ayer) que ceñíanla, circundábanla e impregnábanla     -queda escueta y veraz una tanagra caprichosuela, multilocua, preciosa curtida en lides de engaño pequeño, ligeramente inconsciente de su perfidia, acaso; tal vez ella misma engañada por ella misma, y a no dudarlo, inferior a su destino, que hízola, sin ella darse cuenta, por ventura, simbolo y meta de una desbridada pasión, causa y origen de voluptuosas melodías, albergue ocasional que aspiró a refugio perenne de una sed insaturable, de un ensueño irrestricto, de un epónimo himnario regido por armonías recónditas, cantado por disímiles voces de gemelos fervor: un cántico de vívido erotismo y de lustral acento hiper-humano.
Un cántico que ya no resuena, qué va a resonar!, ni dejó huella , rastro visible; apenas, lancinante estigma, sólo, inacallable eco, clangor y treno irremisibles, lacras hondamente buriladas, surcos preñados de simiente: rencor, odio; rencor, odio, nunca jamás sentido antes.
Otra cosa será dejar pasar nubes no mirándolas; aistir -espectador indiferente- al fugarse de días y noches con el paréntesis de los tan nonbrados crepúsculos. Espectador abúlico, mirando sin ver, pero bebiéndose con los ojos lo que simula no mirar; viendo lo que no se mira, aspirando con todos sus sentidos ávidos la sombra transitoria que pasa; cansado y quieto y sordo, y aunque no exista otro más pletórico de vigor; más sediento de hacer y deshacer, girar y hendir el viento, rasguñar ondas acres, pisotear el reseco terrón, y oír todos los sones que discurren -latentes.
Flámulas en derrotas, banderas abatidas, gonfalones de bruces en el fango -sobre la escarificada planicie nada más vivía; y las estrellas guiñaban los ojuelos, las burlonas estrellas, desde su balcón de peluche (Julietas en celo), desde su atalaya de velludo, vagamente remecidas (sin duda) por la "música de las esferas", su propia música entonces, a no serlo por la de mandolinas y bandurrias de amartelado galantuomo, y acaso -además- por los ecos lontanos de férvidas sonatas, de tocatas ciclópeas, de cantatas efebrecidas: gritos y cánticos, trenos y arrullos y epitalamios -función de la humana angustia y del amor en trance de melodía.
Danzaban -si era danzar ese irrumpir de gráciles bacantes y maduras, de esbeltas y de grosezuelas, de estilizadas como cenceños pajecillos, o de valkíricas madonas de fértiles mamilas enhiestas y de calipigias rotundidades sobrias -:danzaban, si era danzar ese giro vortiginoso, animada metopa de ménades lujuriantes, exultantes -friso en marcha y al son de fanfarrias sabáticas, de sherzi de jubiloso delirio, de frénetico ritmo apocalíptico.
Pero yo soñaba esa vez, sino todavía. Y me bebía mar sordo, el dulcérrimo, ácerrimo mar sordo: espejo sin lustre, de odiseas mezquinas, de Cirses segundonas, limitados periplos y de centrípetas fugas: ¿una novia es la rosa de los vientos?
Para qué iría yo a contar lo que no íbaseme a entender, aunque con clara esencia y en simple forma de neto contorno, sin bordaduras ni calados, invariado el tono, el timbre parejo, fundamental el color -para qué iría yo a contar lo que nadie habíame pedido conocer?
De un añero escripto que corroyó, si el tiempo, también el abandono; sus bordes caprichoso malinas; los caracteres; isabelino el lino.
Rutila de heroica petulancia el texto simple, el esquemático raconto castrado de taraceas, cercenado de airones adjetivos; cenceño; óseo; medular; buído estilete, saeta locomóvil, preciso apotegma, química exactitud.
Cláusulas coloquiales, sin interlocutor, no siéndolo desdobladas entelequias, función formal, Evas de sí propio.
Retañe, caracola de Museo; eco sápido aún; perfume todavía por las glorietas aromando...
Pero, para qué iría a contar yo, para qué iría a cantar lo que no íbaseme a entender?
A lo mejor, ésa no sería sino una luciola errante a la que le prestó esplendor sideral mi fantasioso anhelo, sólo; lucerna fugitiva que enajenó mi sueño: quemando -acaso- los aceites finamente aromados que le subministró mi sueño mismo. Tal vez no fue sino reflejo de mi deseo, tan sólo señorial orquídea de mi espíritu, únicamente voluptuosa melodía que arquitecturó, con prístinos acordes de fogoso sabor, en frenético ritmo de pasión jubilante, el músico fallido que tras de mí se recata...
No fue sólo luciola errante, lucerna fugitiva: Hoy -¿no fue hoy?- yo la vi dolorosa madre del martirio, con los ojos cuajados de no valuables gémulas que anhelé por lustrales...
Y en otras ocasiones -ayer nomás- en sus ojos fulgía vero amor, de rebrillo coruscante; cabrilleo de pasión a duras bregas sofrenada...
No, no sólo fue luciola errante, lucerna fugitiva!
Cuando murió, la vi desnuda; apenas la vestía un trémulo picotearla de las estrellas que aún no le bebían la sangre, pero ya le eclipsban su luz irradiante y le teñían los lirios; la teñían los lirios de cárdenos amatistas, de présagos livores. La vi desnuda, grísea noche lunar por caminos en silencio, bordeados de sauces en pluvia y por eucaliptos vigías de acre fragancia sepulcral.
Cuando murió, la vi desnuda, muy más bella que nunca fue; más bella que cuando no la conocía sino en el sueño, presentida. Bella, tan misteriosamente bella, que, si no hubiera muerto, si topara con ella por las rúas triviales de la urbe trivial, la miraría fijamente, la miraría ávidamente, y no la conocería, no la reconocería.
Cuando murió, la vi desnuda, más desnuda que cuando más desnuda contra mi cuerpo se ceñia. Desnuda; apenas la vestía un trémulo picotearla de estrellas, antes de que el cendal neblinoso la cubriera de olvido.

Si, alguna vez, en mí renace el elegíaco, será imposible que se escriba ese Canto?

León De Greiff
De Prosas de Gaspar: primera suite 1918-1925
Bogotá, 1937





Cuerpos amados

Hace un año fui con mi madre a visitar la tumba de mi abuela. En verdad, abuela no estaba. Visitamos la lápida. Un trabajador la limpió con agua y jabón y le echó un poco de pintura. Le quitó algunas hierbas que prosperaban a su alrededor. En el frente, una enredadera bajaba como una plomada triste. A un lado, un frondoso y verde árbol de almendros se alimentaba con las vitaminas de los muertos. El aire sin pájaros de las diez de la mañana parecía próximo a incendiarse. Mi madre rezó y se lamentó varias veces: "Ay, mi madre", dijo repetidamente. Su rostro regresó a la melancolía y le vi disminuido el porte. No imaginaba ella que poco meses después moriría y que yo tendría que ocupar el lugar de su tristeza, el reemplazo de su lamento. Tendría que meter en mi cuerpo esos dos cuerpos. Llorar por ella y por mi abuela. Ambas, ahora, duermen en mi pecho y ya no pueden despertarse.

José Luis Garcés González
Montería, Córdoba, 1993





Sueño con ángeles

Por el sueño navega un barco cargado de ángeles. Vienen en cajas de madera, en guacales de tablados salvados de un naufragio.
Los marineros los ven comiendo flores en su cepo como reos andróginos de una mudez de ostra.
Su destino es un misterio. No se sabe si serán vendidos a un zoológico, a un circo, a un aviario, a un taxidermista, a un tratante de alas.
Por tratarse de un extraño contrabando -aunque no hay leyes marítimas que prohíban el transporte de ángeles en barcos- , por tratarse de un tráfico de sueños, el capitán evita tocar los grandes puertos del mundo.
Es como si el barco estuviera condenado a no anclar nunca, a viajar sin destino con la carga emplumada y melancólica.
Cada día huelen peor, a pústulas y almizcle, los maltrechos ángeles en sus podridos guacales. La nave se enfantasma en la niebla apagando sus luces y sus voces. Y la tripulación empieza a impacientarse, empieza a impacientarse...

Juan Manuel Roca
Bogotá, 2000


Párrafos de aire
Primera antología del poema en prosa colombiano
Estudio introductorio y selección Fredy Yezzed
Editorial Universidad de Antioquia