SANTIAGO SYLVESTER Y EL PUNTO MÁS LEJANO





EL tiempo cobra peaje a todo lo que ha nacido para durar.
Peaje a la belleza, al porvenir, al odio;
peaje a ese montón de pelo atado en la nuca de la mujer,
a la mirada del hombre,
a las palabras que se dicen, al sentido:
 peaje aún sin saberlo,
 como existen caminos aunque no vamos a ninguna
parte.
Ellos se han sentado allí, mesa de por medio, con la
intención de eternidad que aturde a todo lo transitorio:
solos y a la vez acompañados,
en estado de mudanza;
condenados a buscar cómo se sale de la contradicción.
El tiempo cobrando peaje es infalible;
y yo mismo, a mi pesar, sin ser el tiempo cobro peaje:
 no soy el tiempo, pero soy el que mira.





DESPUÉS, ya veremos: por ahora
lo que conocemos del futuro es el presente.
Ese hombre afirma que nunca se irá de la ciudad;
su amigo, lo contrario: su tendencia a la huida.
Una joven, desdeñosa, se niega a perdonar.
Un hombre saca del bolsillo una entrada para el teatro.
Una muchacha, deslizada hacia la desgracia, sorbe un
café con la mirada en otra parte,
y en la mesa vecina un estudiante anticipa su porvenir.
Es fácil conocer el futuro: con sólo oír a esta gente, ya
sabemos su trama,
que no es sino una cita colectiva:
cuándo, dónde, con quién,
ese es todo el problema.





Ese hombre ha salido de la boca de un metro en erupción
y está sentado allí, apagando el humo de su ropa.

La ciudad le circula por dentro: la florista una naranja en
un charco, alguien que se aferra a un diario y siente
vértigo, un grupo chilla con una euforia dislocada;
y en todas partes, rasgos intercambiables: una cara llena
de confusiones familiares.

El olor del café es un continente invadido,
el reloj de la pared opina mudo,
el hombre cruza los brazos, recubre su impostura,
y mira a la mujer que lo acompaña.

Ella no dice nada
y apaga también el humo de su ropa:
residuos de una erupción volcánica

o, quién sabe, homenaje de la noche anterior.

Café Bretaña
Colección Visor de Poesía, Madrid, 1994.



El punto más lejano

X

Los muertos flotan cabeza
abajo en su parto a favor de la naturaleza: todos,
un solo muerto que
espera su ocasión para acoger al muerto único
que alguna vez seremos: cada uno
en diálogo continuo con el punto más lejano, que es
único
y a la vez de todos: de donde todo
viene a ser lo mismo.
Sin embargo,
cada muerto reclama su singularidad. Durante un tiempo
la reclama, obsesionado a fondo por su estado; y aquí estamos nosotros
para dársela: que ese muerto se explique, a ver
si de paso nos explica a los demás.
Dos amantes surgen de la marejada, atados
a la misma suavidad: ellos ¿quiénes
somos? ¿quiénes, él y ella,
somos en la crepitación del agua? ¿hasta dónde
hemos llegado con la desgarradura
de un amor que, por lo visto,
era eterno? Dos,
consumidos por la misma premura, y tan unidos
desbordan lo previsto
que aquí estamos recibiéndolos con sílabas, mejorando
para ellos la caligrafía,
tomando notas, removiendo los mismos materiales como si no
fuéramos todos
otra cosa que dos, haciendo
el mismo ruido.
Haciendo
ruido
saca otro muerto la cabeza: dice palabras, pero
no está pendiente de que las escuchemos: habla
como suena la tormenta, el mar
o un efecto de la naturaleza: y el juego acaba ahí,
sin moraleja. Acaba
con mostrarse,
y
en esto reside su poder: el enorme poder
de ser quien es,
sin más deberes: un irlandés que, según dicen, cruzaba unitarios de
una costa a otra con su barco, con un catalejo que yo he visto y
una manera de mirar el abra que no he visto pero
que recibo en mi casa.
¿Y adónde
quiere hacer llegar su queja
ese otro que, apareciendo en su carácter, quiere dar sentido a lo que tal vez no tiene?
¿Adónde esa mujer que, después de muerta, se pinta los labios; el que
rompe la cuerda destemplada, siendo la única que aún conserva su
guitarra;
el que mide la distancia recíproca entre silla y silla: entre esa silla
en la niebla
y por ejemplo ésta, donde me siento yo?
Lo bueno de estas cosas es que nadie interrumpa, que nadie
acorte distancia, hable
o calle antes de tiempo, perturbe con su actividad;
lo bueno, sabiendo que de esta intensidad solo podemos conocer el sitio
y el despliegue del tiempo: conocer
el instante.
Lo bueno, entonces: dejar que esta multitud de apariciones,
ajada antes de tiempo,
traiga el alivio de saber que en alguna parte está trazado el límite.
Esa mujer negra con una hoja enorme en la cabeza, ¿se protege del
sol que ya no existe para ella
o que ha cambiado de lugar?
El que habla solo en la puna, ¿busca qué compensación, jadeando
sin pulmones, sin la lengua afuera: sin tener siquiera afuera?
El tren de carga fantasmal que cruza por el sueño, inmóvil en la
mañana sucia del andén, ¿prefiere la velocidad del sueño o
la somnolencia fija del andén?
El que vive, pero poco: lo contrario
del que muere su muerte con convicción,
¿reivindica su existencia escasa
antes de desaparecer?
Entre dos
compensaciones flotan los muertos: vida
referida a la vida;
muerte, a la muerte.
Lo que ya no existe es el vínculo,
salvo nosotros que, único
vínculo a mano, aunque mal equipado,
discutimos con ellos para no ser su frontera;
y en esta discusión nos vamos entendiendo.

Santiago Sylvester 
El punto más lejano
Ediciones Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2011.



Santiago Sylvester, reconocido poeta y narrador argentino, nacido en Salta en 1942. Es autor de dos antologías de la poesía del Noroeste Argentino. Dirige la colección Pez Naufrago, de poesía, en Ediciones del Dock, y codirige la colección Escritores Argentinos de EUDEM, Editorial de la Universidad Nacional de la Plata.

Javier Adúriz calificó su poesía como “silogismo conversado” y él suele decir “me he pasado la vida escribiendo poesía porque hay algo mío que no está donde yo estoy”.

En la poesía de Santiago Sylvester  la historia natural,  la vida,  con sus anuncios acá y allá, el paisaje urbano, la naturaleza, la muerte,  la conjetura de la angustia fluyen como las aguas de un río cristalino “… Aquella frase de María Zambrano de “las palabras se juntan en formas que hacen abrirse un espacio antes inaccesible”  en  la poesía de Santiago Sylvester  se cumple con un tinte casi filosófico no exento de esplendente ironía, “no hay morada hay / intensidad: lugar donde se siente".

Libros de poesía publicados : El aire y su camino, 1966; Esa frágil corona, 1971; Palabra intencional, 1974; La realidad provisoria, 1977; Libro de viaje, 1982; Perro de laboratorio, 1987; Entreacto, antología de la colección ICI-Quinro Centenario de Madrid, 1990; Escenarios, 1993; Café Bretaña, 1994; Antología poética, en la colección Poetas argentinos contemporáneos, del Fondo Nacional de las Artes, 1996; Número impar, 1998; El punto más lejano, 1999, 2011; Los casos particulares, 2014.

Algunos de sus premios: Internacional de Poesías Gil de Biedma por "Café Bretaña", que además mereció el Premio Nacional de Poesía, premio Sixto Pondal Ríos -de la Dirección de Cultura de Salta- y el del Fondo Nacional de las Artes en dos oportunidades.